El fusilamiento de Zainuco, una historia pendiente

24 sept 2012


La pena de muerte a ocho presos fugados de la U9, dictada por la policía, en el valle Zainuco, es una historia polémica y abierta de Neuquén. La recuperación simbólica de este hecho continúa generando distintas posiciones: una organización social, que debate los derechos humanos de los apresados, y una Escuela de Policías, que lleva por nombre a quien dio la orden de disparar. En sus últimos dos aniversarios, dicha escuela contó con la participacion del gobernador Jorge Sapag y su vice Ana Pechén, ninguno mencionó la matanza. 
A continuación, el relato de los hechos, para que el lector saque su propia conclusión.

La fuga

Formación carcelaria del penal, años antes de la fuga (*)
El 24 de mayo de 1916, el diario Neuquén anunciaba que el día anterior se había producido la fuga de 86 reos alojados en la Unidad 9, ubicada a 700 metros del monumento a San Martín. La ciudad era muy distinta a como hoy la conocemos, no solo era Territorio Nacional sino que la habitaban poco más de 2500 personas.

Por entonces, en la región era característica la mala administración de justica y el deplorable sistema carcelario. La U9 reventaba en su capacidad: 172 presos hacinados, enfermos y mal alimentados. Solo doce guardias eran los encargados de la seguridad del establecimiento.

Pasadas las 7 de la tarde del 23, comenzaron los problemas dentro del penal. El sargento Blum no acató las órdenes diarias de aseo y los presos de rebelaron, dando inicio al plan de evasión, que recorría los pabellones hacía tiempo. Tomaron el cuerpo de guardia y atacaron a los centinelas: mataron uno, hirieron otro y dejaron huir un tercero. Accedieron al depósito de municiones y se armaron con fusiles.

Los líderes de la revuelta amenazaban de muerte a los penados que no querían hacer causa común. Así, murió el condenado Gocella, por no querer tomar un fusil.

A los tiros, abrieron paso y atravesaron la puerta de salida, quebrantando el frágil sistema de seguridad de la cárcel. Fuera del establecimiento, los que no escaparon por su propia cuenta se reorganizaron en pequeños grupos, tomando cada uno diferentes direcciones ante la persecución policial. Un conjunto escapó hacia el noroeste y fue capturado en Vista Alegre. Otro que tenía como objetivo Santa Cruz,  fue atrapado en las inmediaciones de El Cuy. El tercero, encabezado por Martín Bresler y Sixto Ruiz Díaz, ansiaba cruzar a Chile, en él está la historia que nos compete, aquel que fue sitiado en el valle de Zainuco…

Escape, asesinatos y persecución

La unidad carcelaria Nº9, en 1916 (*)
Este último grupo, tomó el camino que hoy traza la ruta 22. En el trayecto, asaltó el comercio de Morillón y se abasteció de dinero, bebidas, ropas y cigarrillos. Se enfrentó en una balacera con quienes trataban de proteger el local. En este contexto, fue asesinado el Ingeniero Adolfo Plottier, que se había sumado a la defensa. En los atacantes y por resistirse a continuar, murió Antonio Ríos, que había cumplido su condena efectiva hacía ya un mes.

En Arroyito, los fugados asaltaron el almacén de Finocchetti, llevándose mercadería, caballos y armas. En Chocón, se separó del grupo Bresler. El salvó su vida. Los dieciséis restantes quedaron al mando Ruiz Díaz, quien tomó la decisión de proseguir hacia el rancho de Fix, en la Pampa de Loncoluán, en el paraje del valle Zainuco. A pocos kilómetros de Primeros Pinos. A solo once leguas de la frontera con Chile, sinónimo de libertad para los evadidos.

Allí, pasaron una tranquila noche de esperado descanso.

Perseguidos y perseguidores se encuentran

El rancho donde resistieron los fugados (*)
La fría mañana del 30 de mayo acompañó al sargento Vivot, que comandaba una partida de seis policías, a descubrir el escondite de ‘los diecisiete’. Minutos pasadas las 10, los ruidos de disparos denotaron el enfrentamiento entre los fugados y la policía, parapetada a 250 metros del rancho. Rápidamente, en nombre del sargento, salió un jinete en busca de refuerzos.

Así, fue que, al mediodía, arribó al lugar Adalberto Staub. El comisario inspector llegó acompañado de los comisarios Juan Blanco, García Ponte y Fornaguera y de 40 oficiales bien armados. Una hora más tarde, el combate cesó cuando el cuerpo sin vida de Ruiz Díaz cayó al suelo, producto de un balazo en la sien. Ya sin cabecilla, el grupo de presidiarios se rindió, entregó sus armas e imploró clemencia a sus apresadores.

Los capturados fueron divididos en dos grupos de ocho. Uno fue trasladado a Zapala y quienes lo componían salvaron sus vidas. El otro estaba integrado de los exhaustos y heridos. Todos tenían las mismas características: habían sido trasladados desde Santa Rosa, La Pampa, a Neuquén y eran culpables de homicidio. Todos, salvo Cancino, que estaba imputado del robo de tres mulas.  

El fusilamiento

Los hombres que quedaron en Zainuco fueron asesinados por la policía. Aquí se bifurca el relato de la historia. La historia oficial, la de Staub, cuenta que los rendidos fueron llevados a hidratarse. En el trayecto, se sublevaron, arrebataron dos carabinas y huyeron. Sin más remedio, el comisario inspector dio la orden de reprimir y los detenidos fueron acribillados.

El valle de Zainuco y la tumba de los fusilados, hoy. (*)
La otra historia, la no oficial, informada por el diario Neuquén y su director Abel Chaneton, junto con la colaboración del respetado vecino Félix San Martin, sentenció que fueron alevosamente fusilados, por la orden de Staub al ejecutor Blanco. Resultó ilógico que, los que ‘fueron a tomar agua’, fueran conducidos hacia una laguna cercana, mientras se encontraban a pocos metros del rancho. Más extraño es que, una vez que malheridos entregaron voluntariamente su armamento, quisieran arrebatarles los fusiles a los oficiales. Pero por sobre todas las cosas, las evidencias que brindaban los cuerpos muertos: juntos en un espacio reducido, todos menos uno con un disparo en la cabeza, producto de una envidiable puntería policial, que durante tres horas de combate no habían demostrado los sitiadores.

Como se abandona un objeto innecesario y desestimado, así fueron dejados los ocho cadáveres: insepultos y semidesnudos. Durante una semana, permanecieron de esa manera, hasta que el subcomisario de Aluminé Manuel de Castro les dio sepultura en una fosa común, ayudado por vecinos y un par de gendarmes. A modo de lápida, enterraron una cruz de tablas y, posteriormente, otra de ramas atadas con tientos, hechas por San Martín.

Hasta el día de hoy, allí descansan los restos testigos de Ruiz Díaz, José Cancino, Nicolás Figueroa, Fructuoso Padin, José López, Antonio Stradelli, Tránsito Álvarez, Francisco Cerda y Desiderio Guzmán.

Encubrimiento, pedidos de justicia y mas muerte

Por medio del periódico, el ex intendente y periodista Abel Chaneton se convirtió en el abanderado de quienes exigieron justicia por el fusilamiento de Zainuco. El director reclamó una investigación sobre los hechos, que fue aprobada por el Congreso, apoyado por el diputado radical Francisco Riu, pero nunca se hizo efectiva.

La Razón, La Nación y La Prensa de Buenos Aires o Rio Negro, La Capital o La Voz de Chaco del interior del país, entre tantos otros, fueron los medios que acompañaron al diario Neuquén en su campaña, que tuvo consecuencias lamentables.

No solo que Eduardo Elordi, por entonces gobernador de este territorio, encubrió la matanza sino que ascendió a Staub a jefe de policía, en reemplazo de Eduardo Talero -quien trataba de colaborar para esclarecer lo sucedido- y levantó el anuncio pago que el gobierno tenía en el Neuquén. Se volvieron comunes las amenazas anónimas de muerte a Chaneton, hasta que una se concretó.

Plaqueta conmemorativa del Bar La Alegría  (nqnalinstante.com.ar)
La noche del jueves 18 de enero de 1917 encuentra a Chaneton agonizando la vereda del bar La Alegría (ubicado en la esquina de Mitre y Av. Olascoaga), producto de una bala que atravesó su corazón, gatillada por el sargento Luna. La emboscada había sido preparada por Carlos Palacios y René Bunster, dueño y empleado del diario El Regional. El periodista murió horas antes de viajar a Buenos Aires para entrevistarse con el flamante presidente de la Nación Hipólito Yrigoyen, en busca su apoyo para continuar con la investigación de Zainuco.

A modo de cierre de un hecho que aún no cerró, transcribo dos frases reflexivas, que por entonces publicó en su editorial el diario Neuquén, y que sirven de principio y final de lo relatado: “Ni el hecho vandálico ni la fuga se hubieran producido si otra hubiera sido la realidad administrativa del territorio” y  “La justicia no consiste en fusilar por la espalda, cuando el capturado se ha arrodillado, rendido y suplica clemencia” 


(*) Fotografías extraidas del libro "Zainuco" de J.C. Chaneton, editorial Galerna, 1993.



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1 comentario:

  1. que se mueran todos los hijos de putas esos.. eso hace falta en estos tiempos que fusilen a todas las ratas,.. chorros, asesinos, violadores.. todos.. un aplauso a la Policia... yo quisiera saber. donde estan los derechos humanos y toda esa lacra cuando matan a la gente para robarle? he? o cuando violan.ya sea a menores o mayores?? cuando arruinan la vida de a gente, donde mierda estan?? como se nota q es un negocio para los zurdos de mierda estar en contra del gobierno, de la policia, ojala nunca lleven al poder..

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